Diciembre…
El frío ha traído las grullas, que llegaron este año a las orillas del embalse de Sta. Teresa con casi un mes de retraso.  Y cuando se desplazan, nuestros cielos se llenan otra vez del vocerío tan singular y ameno de nuestras amigas del norte: ‘gruuugruuugruuu’.
Ahora se nota cómo los pajaritos pequeños necesitan todo el aporte energético que puedan pillar – se ven en las afueras de los pueblos recogiendo granos por el suelo por donde han pasado los ganaderos con el pienso, y entre las casas donde algunos humanos les dejamos migas de nuestras mesas y bocadillos.  Colirrojos tizón, gorriones y petirrojos vienen cada día a disputar la comida que les dejamos.  Algunos parecen gordos, pero a veces las apariencias engañan – son las plumas que ahuecan para protegerse del frío, haciéndoles una chaquetita de plumón.
Y ahora que el otoño se ha hecho notar, aunque con menos lluvia y más viento y heladas, muchos de los árboles han soltado sus hojas y de pronto no hay dónde esconderse, salvo entre zarzas y rosales, o dentro del abrazo verde de las encinas.  Pero cuando calienta el sol a mediodía es el mejor momento para disfrutar de los más pequeños, que salen a calentarse un poco, y se pueden ver bandadas de verderones, pardillos, jilgueros y verdecillos adornando los rosales silvestres como pequeños frutos emplumados. 
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